Con trazos exactos describiría José Martí la labor de Carlos Manuel de Céspedes en una de las tantas páginas que al Padre de la Patria dedicó.
«Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro».
Fue Céspedes un hombre entregado totalmente al servicio de su país, por el renunció a todos los privilegios que su condición adineraba le proporcionaban, y a todos los cubanos los consideró sus hijos.
Fue un hombre de amplia cultura. La favorable situación económica de su familia le permitió recibirse de abogado y viajar por diversos países europeos, así como acceder a variadas e intensas lecturas que muy pronto le hicieron comprender que la situación de opresión y abandono en que se encontraba Cuba, necesitada de profundos cambios que debían ganarse en el campo de batalla.
Su voz fue la primera en alzarse contra España y también en lanzarse a la manigua para iniciar el proceso de lucha armada contra el yugo colonial español. Desafortunadamente este acto, realizado antes de la fecha prevista, no siempre fue interpretado de manera correcta por todos los patriotas, pues algunos que llegaron a considerar que respondía a un afán de protagonismo y liderazgo dañino a la Revolución.
Pero en Guáimaro la mayoría debió reconocer su gran mérito, en reconocimiento a ello y ser uno de los presentes con mayor edad, fue elegido como Presidente de la primera República en Armas.
Los años por venir serían difíciles, Céspedes tendría que combinar sus insuficientes conocimientos militares con el arte de dirigir los destinos de una nación en lucha, rodeado en ocasiones de incomprensiones de quienes abrazaban su mismo ideal y otras tantas sin percatarse de que por haber sido el primero en obrar, no estaba exento de yerros o críticas.
Probablemente fueron sus diferencias con el general camagüeyano Ignacio Agramonte de las más abordadas por algunos de los detractores de su vida, discrepancias que solo respondían a cuestiones de concepción y mando, relegadas cuando la patria llamó a sus hijos a la lucha.
Fueron las contradicciones entre el Poder Ejecutivo –representado en su persona– y el Poder Legislativo que encarnaba la Cámara de Representantes, así como sus diferencias en cuanto a concepciones tácticas con los jefes orientales, las causantes fundamentales que condujeron a su destitución.
El 27 de octubre de 1873 reunida la Cámara en el campamento de Bijagual, procedía a la destitución de Céspedes como presidente.
Lamentablemente los Presidentes siguientes no tendrían el carácter, personalidad, ni percepción política que le caracterizaron a él.
Una vez depuesto recayeron sobre su persona los odios y rencores acumulados por cubanos recelosos de su valía. Días después fue despojado de sus ayudantes, escoltas y convoyeros; se le obligó a marchar junto al gobierno impidiéndole toda libertad de movimiento, y no fue hasta diciembre de ese propio 1873 que se le permitió ir a un lugar fijo, trasladándose a la ranchería San Lorenzo, con indicaciones de no abandonar el sitio.
El colonialismo español, que sabía aquilatar la importancia política de Céspedes, no cesó en perseguir sus pasos. El 27 de febrero de 1874 sorprendido por fuerzas del Batallón de San Quintín, intentó ganar el monte para evadir la persecución, pero su edad y problemas de visión se lo impidieron. A quemarropa fue baleado por el enemigo, no sin antes disparar hasta el último proyectil de su revólver. Sobre este hecho particular escribiría Martí:
«(…) dejó de ser el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidencia cuando se lo mandan el país y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de tema sublime (…)». Por Gerardo Cabrera Prieto, Investigador del Instituto de Historia de Cuba
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